Después de tanto revuelo publicitario, tanta expectación por ver la siguiente película a la mastodóntica trilogía de "El Señor de los Anillos", y va Peter Jackson y se marca un remake de "King Kong" que, además, es un sentido homenaje al mito, y el cuento, de la Bella y la Bestia.
Es una película épica, excesiva, aunque no lo parezca, también muy del estilo de las grandes producciones de los 30 y 40 (la música, la profusión de monstruos, incluso los títulos de crédito iniciales). Todo esto no quita para que, al final, sea una buena película, incluso a pesar de que podría ser un pelín más corta.
Y, encima, está construida sobre un gran macguffin, que es la excursión del equipo cinematográfico a la Isla de la Calavera. Lo que de verdad importa es la relación entre el gran gorila y Ann, la Bestia y la Bella, que realmente se hace mucho más humana y real gracias al encomiable trabajo de Naomi Watts (bastante parecida a Fay Wray, por cierto, la "novia" del Kong original, y maquillada muy acertadamente como una actriz de los años 30). Si no fuera por su mirada y sus gestos, todo el trabajo por conseguir que el gorila computerizado parezca real no habría valido para nada.
Ése es el verdadero capital de la película (aunque parezca mentira); esa Watts tan humana, ese Jack Black en plan director megalómano, ese Adrien Brody como galán atípico, y esa galería de secundarios a cual mejor, empezando por el propio Andy Serkis, que presta su cuerpo a Kong y también es un peculiar cocinero, y continuando por Jamie Bell y Colin Hanks (sí, el hijo de Tom Hanks), como el "Sancho Panza" del personaje de Black.
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