12 abril 2016

La rabia del espía


"El infiltrado" ha sido una de las pequeñas sorpresas del primer semestre del año, especialmente en el Reino Unido. Allí, su emisión en BBC llegó a congregar a ocho millones de espectadores en el penúltimo capítulo y, casi enseguida, comenzaron a circular rumores y especulaciones de que podría haber una segunda temporada. La adaptación de la novela de John Le Carré del mismo título está concebida como miniserie, pero seguro que algún que otro ejecutivo se ha permitido pensar en maneras de continuar con la "marca", si no con la historia. Al fin y al cabo, la misión de Jonathan Pine se cierra en el sexto y último episodio, ¿pero quién dice que no podríamos seguir viendo otros trabajos de Angela Burr (siempre colaborando con Joel Steadman, a ser posible?

"The Night Manager" (que en AMC Estados Unidos se estrena el próximo martes) era un proyecto con cierto pedigrí que, sin embargo, tenía también sus riesgos. Los nombres de Tom Hiddleston y Hugh Laurie ayudaban a vender el producto, pero es verdad que se nota mucho que, como han comentado todos los implicados, está estructurada como una historia continuada de seis horas y, por lo tanto, está un poco dividida en dos mitades. La primera comprende los tres primeros episodios y nos muestra, primero, quién es Jonathan Pine; después, quién es Richard Roper y, por último, cómo se organiza la operación para que Pine se infiltre en el negocio clandestino de tráfico de armas de Roper.

En la segunda mitad, una vez que ya conocemos a los principales involucrados y el mundo en el que se mueven, la trama avanza sin descanso hasta un final lleno de tensión y en el que se libera toda la rabia y la indignación que han ido impulsando tanto a Pine como, sobre todo, a Burr. Porque "El infiltrado" está construida sobre un tremendo cabreo, sobre el enfado ético y moral ante las actividades de un tipo al que le parece de lo más normal aprovechar una oportunidad de mercado, que es vender armas a, básicamente, señores de la guerra que se dedican a agitar el polvorín de Oriente Medio, y que trata sus negocios de la misma manera que si estuviera vendiendo de verdad maquinaria agrícola. Los intentos de Stringer Bell en "The Wire" de vender más droga en las esquinas de Baltimore aplicando tácticas de marketing empresarial podían suscitar alguna que otra risa; que Roper haga lo mismo con bombas de racimo, que considere la guerra un deporte con espectadores, no tiene maldita la gracia.

La escena de la demostración del arsenal a la venta deja bien claro qué motiva a "El infiltrado", que es lo mismo que motiva a muchos espías de John Le Carré. Todos tienen un cierto sentido de la moralidad, de lo que es correcto, de lo que se debe y no se debe hacer. El panorama al que se enfrentan Pine y Burr está corrupto y podrido, pero ellos no dejan de intentar cambiarlo, aunque sea mínimamente. Hay una rabia en su interior que no les permite detenerse.

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