Hasta el momento, la respuesta crítica a las series originales de Netflix ha sido más bien tibia. "House of Cards" gustó, pero el consenso crítico en Estados Unidos es que estaba bien, pero no era una obra maestra, y que quizás se le veían demasiado las pretensiones de arrasar en las nominaciones de los Emmy (como acabó haciendo). "Arrested Development" dejó fría a bastante gente, en este caso presa de las expectativas por ver el regreso de una comedia de culto cancelada en la tercera temporada, y en cuanto a "Hemlock Grove", que se haya hablado poco de ella ya quiere decir algo. Con ese panorama, llegábamos al 11 de julio, fecha de estreno de los 13 primeros capítulos de "Orange is the new black", y nadie esperaba gran cosa de un drama cómico de Jenji Kohan ("Weeds") que adapta a televisión un libro que cuenta el año que su autora, Piper Kerman, pasó en prisión por haber llevado una maleta con dinero de una red de narcotráfico a Europa.
Pero da la casualidad de que ésa ha sido la serie que ha llevado a los críticos a hablar menos del nuevo modelo de negocio de Netflix, y de si pondrá de moda el maratón de capítulos o no, y a dedicar más atención a la calidad del producto. Con "House of Cards", la conversación se dirigía hacia ese ya tan manido tema de cómo está cambiando la experiencia de visionado de las series, tal vez por ser la primera, y con "Orange is the new black" se comentan más los capítulos y si te la has visto en un fin de semana o has tardado algo más de una semana. Estrenarse la última y en pleno verano, sin tener que competir con otros títulos del cable de más renombre, ha beneficiado el boca a boca a su alrededor, haciendo que en su primera semana de disponibilidad en Netflix prácticamente no se hablara de otra serie en Twitter y en los blogs televisivos estadounidenses. El tono elegido por Kohan, más amable de lo que podríamos pensar al juntar las palabras "cárcel", "mujeres" y "dinero del narcotráfico", puede tener seguramente buena parte de culpa de que haya tenido tan buena aceptación, además de que presenta enseguida a personajes que resultan interesantes y entretenidos de ver.
La historia de Piper Chapman es la típica del pez fuera del agua, más todavía cuando su ex novia (que era la que dirigía la red de tráfico de drogas) está en la misma cárcel que ella y Piper se ha esforzado mucho en olvidarla. Hasta está prometida para casarse con su novio, un chico judío llamado Larry. Y aunque Chapman es la típica rubia de clase media que podría ser amiga de Marnie en "Girls" (tiene con su amiga una línea de productos artesanales de baño), sus interacciones en la cárcel buscan más la comedia, y está rodeada de un grupo de personajes a los que la serie mira con cariño. Sí, hay algunas mujeres vengativas y peligrosas, pero se busca mostrar su humanidad, quiénes eran antes de entrar en prisión y qué aspectos las hacen interesantes como personajes. Y las interpreta un grupo de actrices bastante sólido, en el que las caras más conocidas pueden ser, además de Taylor Schilling, Kate Mulgrew (la capitana Janeway de "Star Trek: Voyager", y que parece ser la única más adicta al café que LOrelai Gilmore) y Laura Prepon ("Aquellos maravillosos 70"), que debe tener la voz femenina más grave de todo Hollywood.
"Orange is the new black" estaba renovada para una segunda temporada antes de su estreno, y da la sensación de que Netflix acertó de pleno al hacerlo. Se le puede criticar que no sea más oscura (aunque ya desde el principio dicen que esto no es "Oz"), pero no deja de ser refrescante que opten por la comedia amable y por construir personajes redondos. A ver si va a ser verdad que, como decían los críticos americanos, ésta es la serie buena de Netflix.
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