04 septiembre 2014

Rompecorazones


Hay personajes cuyo único propósito es encogernos el corazón. O rompérnoslo poco a poco (o aplastarlo poco a poco, si hacemos caso a los tecnicismos de la doctora Brennan), y no porque sean los protagonistas de un dramón lleno de desgracias, sino porque son secundarios cuyos escasos minutos en pantalla se pasan así, haciendo que nos impliquemos con ellos casi más que con los personajes principales. El mejor ejemplo de esto está siendo “Masters of Sex”. En la primera temporada, Allison Janney y su Margaret Scully, en pleno proceso de descubrimiento personal tras darse cuenta de que vida estaba construida sobre una farsa, casi generaron más conversación que Michael Sheen y Lizzy Caplan, y en la segunda entrega (de la que aún voy con bastante retraso, aviso), han sido otras dos mujeres las que han asumido esa tarea. Por un lado tenemos a la doctora Lillian DePaul (Julianne Nicholson), toda una eminencia en la investigación del cáncer uterino que, ironías del destino, sufre de esa dolencia, y por el otro encontramos a Betty (Annaleigh Ashford), la prostituta con la que vemos a Masters iniciar su estudio, y que ahora está casada con un rico empresario de provincias.

La determinación de DePaul por buscar el modo de continuar con su investigación cuando ella ya no esté, la melancolía y hasta resignación que transmite durante su tratamiento del cáncer son uno de los aspectos mejor logrados de la serie. Estos nuevos episodios de “Masters of Sex” se han llevado su ración de críticas, pero no hacia DePaul y su relación con Virginia. Y algo similar ocurre con Betty y su intento, a toda costa, de mantener la charada que puso en marcha al casarse con “el rey de los pretzels”. El desmontaje de dicha charada y la llegada de alguien que le obliga a afrontar todo lo que intentó esconder llevan a Betty a heredar el puesto de Margaret Scully (y Ashford está tan bien como Janney en toda esa trama); sus expresiones faciales ante Helen son todo un poema. También es verdad es que no todos los personajes que se ven en una situación desgraciada o complicada funcionan igual; a Lady Edith nada le sale bien en “Downton Abbey”, pero no está en la misma liga que estas tres (aunque este año podría entrar en ella, ya  veremos).

Lo que Margaret, Betty y la doctora DePaul logran es, por otro lado, diferente de esa ruptura de corazón que pudo causar la Víbora Roja en la cuarta temporada de “Juego de tronos”. Ese caso es más impactante y repentino, y no es tan progresivo (a no ser que ya sepas por dónde va a ir su trama). Pueden estar más en la línea los últimos coletazos de la historia de Lane Pryce en “Mad Men”, aunque aquí hay disparidad de opiniones, o a lo mejor las tramas de algunos de los personajes de “Parenthood”, pero ahí tendréis que confirmarlo vosotros, que yo sólo vi la primera temporada. Ser un rompecorazones no romántico, sino dramático, no es sencillo. Sus líneas argumentales pueden estar siempre al borde del melodramón más desatado, y el personaje puede estar muy cerca de ser un “maridrama” sin solución, pero si sale bien, le da a la serie una capa extra, un toque que puede ser interesante.

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