"De placer culpable a placer descarado en sólo doce meses". Así es como describía la segunda entrega de "Scandal" Matt Zoller Seitz, el crítico de "Vulture", en su aportación sobre la serie más mejorada de la temporada para el balance del año televisivo que esa web hizo la semana pasada. El tono de su artículo, en el que dice que no hay que avergonzarse de decir que la serie de Shonda Rhimes ha sido directamente genial, representa un poco el amor y el enganche generalizado que ha habido hacia las peripecias de Olivia Pope en los medios estadounidenses durante esta temporada. La obsesión de "Popwatch", uno de los blogs de Entertainment Weekly, les llevaba a incluir todas las semanas una entrada con "secretos del trailer de maquillaje" que aprovechaba que Josh Malina no tiene ningún tipo de sentido del ridículo y es muy activo, y divertido, en Twitter, y la disección de la relación adúltera entre Olivia Pope y el presidente Fitzgerald Grant alcanzó unos niveles casi de "Cincuenta sombras de Grey" durante el hiato navideño.
"Scandal" parece estar reproduciendo el éxito de "Anatomía de Grey" durante su segunda temporada, sólo que esta vez, además, los críticos llegan a decir que es de las series que mejor tratan las políticas raciales y sexuales en el lugar de trabajo, y Shonda no se ha cortado en absoluto a la hora de lanzarles retos a sus protagonistas y de buscar el más difícil todavía. Todo esto, obviamente, es lo que tiene obsesionado al público y lo que ha hecho que haya sido de las pocas alegrías que ha tenido ABC esta temporada con sus dramas "jóvenes", incluyendo conversaciones insistentes sobre las posibilidades de Kerry Washington de ser nominada al Emmy, pero yo no puedo evitar flipar en colores, por decirlo del modo más claro posible, con toda esa fascinación que genera la serie. Creo que era Crítico en serie el que decía que Shonda se tomaba "Scandal" demasiado en serio, que ese ya célebre "somos gladiadores con traje" no es una frase irónica o con la que se pueda hacer alguna broma; para los personajes es su axioma vital, es algo tan serio como la Biblia, lo que hace difícil que no tenga todo un aire pretencioso que no acaba de casar con esa sensación de placer culpable que transmiten algunos de sus espectadores.
El enganche a "Scandal" ha hecho que algunos críticos afirmaran que retrataba mejor los tejemanejes internos de Washington que "House of Cards" (otra serie siempre en el filo de tomarse a sí misma demasiado en serio), y de ahí a compararla con "El ala oeste de la Casa Blanca" sólo hay un paso, claro. Aaron Sorkin ha sido siempre el referente de esta creación de Shonda, pero añadiendo unas cortinillas con sonido de flashes de cámaras de paparazzi que son de lo más enervante que hay en la televisión actualmente, y metiendo en la coctelera muchos pasados traumáticos y secretos y mucha conspiración manejada por gente sin ningún tipo de escrúpulo. Está claro que la apuesta por una mayor serialización de las tramas en la segunda temporada, centrándolas más en Olivia y el presidente (y las manipulaciones políticas de su entorno), ha facilitado que la audiencia se enganchara más, y los giros locos de la historia todavía la han vuelto más adictiva. ¿Es eso justificación suficiente para que haya generado semejante fascinación? Ha sido la "Revenge" de este año, está claro, pero ahí todo el mundo sabía que estaba viendo una soap opera. Y no tengo tan claro si "Scandal" no tiene una idea demasiado elevada de sí misma.
P.D.: Lo que yo no puedo evitar con esta serie es acordarme de, evidentemente, Raphael y su "Escándalo". Qué gran sintonía de títulos de crédito perdió "Scandal".
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