11 noviembre 2014

Las penas de Edith y los amores de otoño

ALERTA SPOILERS:  "Downton Abbey" ha despedido la temporada regular de su quinta entrega. Sini sabes quién se ha casado al final, ni sigas leyendo. A Isis, in memoriam.

Dos cosas hay seguras en todas las temporadas de “Downton Abbey”; a Edith nada puede salirle bien y los Bates deben encabezar la lista de los más buscados de la televisión británica. No hay año en el que se libren de sus encontronazos con la justicia, y si no es por la muerte de Vera Bates (una Maria Doyle Kennedy dickensianamente malvada, como la describían en The Guardian en su momento), es por la del señor Green, el lacayo de Lord Gillingham que violó a Anna la pasada temporada. Las desgracias de los Bates hace tiempo que son unos de los peores lastres de la serie, especialmente porque él no ha sabido mantener el aire de honorabilidad y decencia con el que llegó a la casa. O lo ha mantenido, pero no ha sido precisamente lo más entretenido de ver.

Ahí entran los personajes que nunca fallan, como la Condesa Viuda e Isobel Crawley, cuyas vidas sentimentales han recibido algo de cancha en la quinta entrega. La primera ha visto cómo regresaba un antiguo príncipe ruso, ahora refugiado político, con el que podría haber tenido una aventura en su juventud, si hubiera querido, y la segunda se ha dejado querer por Lord Merton y su proposición de matrimonio hasta que ha visto que ganarse a sus insoportables hijos tal vez no merezca la pena. Las bodas eran de gran relevancia social en aquella época, así que no es de extrañar que la promesa de tres haya articulado buena parte de la temporada. Desde la aventura, esta sí, de Lady Mary con Tony Gillingham que, en lugar de afianzar su compromiso, hace que ella se dé cuenta de que estaba equivocada, al amago entre Isobel Crawly y Lord Merton y la que sí se celebra, la de Rose con un apuesto caballero de origen ruso-judío llamado Atticus Aldridge.

Los tres últimos episodios prácticamente han girado en torno a esa boda y las dificultades religiosas y de clase que, en teoría, deberían impedirla, y ha conferido cierta estructura a una temporada que avanzaba más por viñetas, como quien dice. Bueno, los líos de Edith con su hija en la granja han sido una de las tramas serializadas de la entrega (junto con la investigación de la muerte del señor Green, de la que vamos a pretender que no ha pasado), una en la que la hija mediana se ve totalmente superada por sus emociones y, paradójicamente, no es hasta que su madre se entera finalmente de su secreto que se llega a una conclusión más o menos satisfactoria para ella. A Cora, que siempre ha sido uno de los personajes más lánguidos de “Downton Abbey”, le ha venido muy bien la presencia del señor Bricker y su flirteo descarado porque la ha hecho un poco más activa de lo habitual. La última vez que Fellowes se acordó de darle algo qué hacer a Elizabeth McGovern fue cuando murió Sybill.

No obstante, en lo que la serie no ha perdido el paso es en sus toques de humor, que hace tiempo que no sólo se restringen a las frases de la Condesa Viuda. Entre las caras de Lady Mary en las cenas, las manipulaciones de Carson a cargo de la señora Hughes y la señora Patmore (esa promesa de comprar una casa juntos…) y, por supuesto, las diferentes desventuras de Molesley para lograr que lo tomen en serio, “Downton Abbey” tiene un subsuelo de comedia ligera muy entretenido. Y aunque ha tenido, como siempre, aspectos repetitivos, como la confrontación entre la señorita Bunting y Lord Grantham o las continuas dudas de Tom sobre si irse a América o quedarse, lo cierto es que la temporada ha seguido desplegando un alto factor de diversión,  si una la ve como lo que es, sin buscar significados trascendentales. Y por mucho que Fellowes haya jurado y perjurado que, de momento, Tom y Mary no van a ser más que amigos, la cancha que les ha dado a las shippers de la pareja ha sido de lo más destacado, también porque es uno de los dúos que mejor funciona de la serie.

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