ALERTA SPOILERS: Esto que sigue es un pequeño comentario sobre el final de la primera temporada de "The Americans", así que ya sabéis cuál es el procedimiento.
Las películas de ciencia ficción de los 50, como "La invasión de los ladrones de cuerpos", jugaban con la idea de que espías que no podían distinguirse físicamente de los "buenos" se infiltraban entre ellos con malvadas intenciones. Es una idea que, más adelante, han heredado y hecho evolucionar películas como "Blade Runner" y series como "Battlestar Galactica", preocupándose por mostrarnos no tanto a qué se dedican esos espías, sino el coste que supone para ellos esa infiltración tan profunda, que sus espiados no sean capaces de detectarlos a primera vista. Ahí, en los costes personales, es donde se mueve "The Americans", que desde el principio mostró que le interesaba tanto, o más, el matrimonio falso y los sentimientos reales de Philip y Elizabeth que las misiones que debían llevar a cabo como "ilegales" del KGB trabajando en Washington en 1981. En "The Atlantic" destacaban la contención con la que se han tratado tramas como la ejecución de Vlad, el novato del KGB en la embajada soviética, o esa última persecución de los Jennings a cargo del FBI, en la que Elizabeth está a punto de morir, y esa contención la ha hecho diferenciarse y seguir su propio camino de títulos como "Homeland", con la que se la comparaba mucho inicialmente.
Lo que hemos visto en estos trece episodios es cómo el espionaje y el contraespionaje acaban siendo tareas mucho más personales que profesionales, en las que mantener la cabeza fría no siempre posible aunque, en cuanto te dejas llevar por los sentimientos, lo más probable es que te busques problemas potencialmente letalles. El miniarco de la muerte del agente Chris Amador y de Gregory ha sido, quizás, la mejor prueba de eso, y también la espita que ha hecho saltar definitivamente a Stan Beeman, un personaje aún más lleno de secretos y de traumas que los Jennings, y que va entrando poco a poco en un jardín que no tiene un futuro demasiado halagüeño. El trabajo de Nina, su amante y contacto en el KGB, como agente doble es una de las tramas más prometedoras de cara a la segunda temporada, del mismo modo que también lo es, por su potencial para no crear más que complicaciones, la relación de Philip con Martha, su fuente dentro del FBI sin que ella lo sepa. Se ha vuelto tan seria, que esto no puede acabar bien.
Hacer "The Americans" treinta años más tarde permite a sus responsables, Joe Weisberg y Joel Fields, jugar con nuestro conocimiento de cómo terminó la Guerra Fría y, al mismo tiempo, retratar a los rusos como personas y no como el "coco", que era la representación que se hacía de ellos en los 80. Nos muestran los malentendidos que había en una y otra parte, cómo se interpretaban ciertas informaciones que ambos bandos interceptaban y cómo se le daba importancia a cosas que, con la perspectiva que da el tiempo, los espectadores sabemos que no tenían ninguna, o ninguna más allá de la mera acción propagandística. Todo ese conocimiento ayuda a que el retrato de los espías del KGB y los agentes del FBI sea algo más redondo, tenga otros matices, y los costes personales se vean de otro modo que si la serie se dedicara sólo a mostrar el lado americano, o sólo las misiones que los espías debían llevar a cabo. Todo se centra más en la relación de Philip y Elizabeth y en sus intentos por dotar de algo de realidad a una situación artificial, pero conforme pasan los años se convierte en la única vida que han conocido. ¿Cómo no vas a intentar que eso funcione, ser feliz?
Música de la semana: Había dos elecciones que competían por entrar en esta subsección esta semana. Una es la versión que Roberta Flack hizo de "To love somebody", de Bee Gees, y que cerraba el décimo capítulo de "The Americans", aportándole un extra de emoción. Y la otra, que es la que al final ha ganado, como quien dice, es "Black tambourine", una canción de Beck que añade también un algo extra, pero de otro tipo, al final de la cuarta temporada de "The Good Wife" y, en especial, a los tejemanejes de la campaña política de Peter Florrick.
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