“La hora de Bill Cosby” es uno de los grandes clásicos de la comedia televisiva estadounidense. Entre 1984 y 1992, fue casi el estándar de las sitcom familiares, una serie en la que los Huxtable pasaban por todos los momentos que cualquier familia de clase media vivía en Estados Unidos, y cuyo éxito se basaba también en el que el propio Cosby había conseguido como humorista desde los 70. “La hora de Bill Cosby” giraba en torno a lo que significaba ser padre (y madre) en aquella época, y que su familia central fuera negra llevó a que las cadenas se animaran a probar otras comedias en las que padres e hijos no eran los típicos rubios de California. “Cosas de casa” y “El príncipe de Bel-Air” se beneficiaron del gran éxito de “La hora de Bill Cosby”, pero con el paso del tiempo, los canales en abierto fueron distanciándose de las sitcom familiares protagonizadas por negros (“Todo el mundo odia a Chris” era otra cosa, era más “Malcolm”), y por la series centradas en ellos, en general. Cadenas de cable como BET se quedaron con esa programación, y las networks se homogeneizaron en sus repartos hasta el punto del aburrimiento.
En Estados Unidos, la diversidad racial en televisión es un tema que se discute muy a menudo. En un país en el que se acusa a los Oscar de premiar películas que no representan a la América real (sea lo que sea eso), que hasta 1964 no aprobó una ley que prohibía cualquier tipo de discriminación por raza o sexo, y que todavía vive episodios como el de Ferguson de este verano, que vuelva a haber en un canal como ABC una comedia familiar protagonizada por negros es algo que genera mucha más atención. Aunque tenga el primer presidente negro de su historia, y se haya avanzado enormemente en el tema de la integración racial, el estreno de “Black-ish” despierta interés porque recupera algo que parecía normal justo después de que llegara “La hora de Bill Cosby”, como es que haya familias en televisión que se salgan del molde blanco, anglosajón y protestante.
Además, la óptica desde la que se presenta la serie representa algo en lo que, quizás, en España nos falta contexto para poder comentarlo con propiedad. Andre Johnson está preocupado de que su familia, al haber prosperado en la vida, pierda su “negritud”, pero hay que entender esa “negritud” como un factor cultural, más allá de la mera identificación por el color de la piel. Lo que “Black-ish” maneja son diferencias de clase, saltos generacionales, el temor de algunos padres de que, al dar a sus hijos todo lo que ellos no tuvieron, éstos pierdan sus raíces, que olviden de dónde viene su familia. La línea entre el comentario incisivo y la ofensa es muy fina, pero la comedia la maneja bastante bien, por ahora, y lo hace porque sigue los pasos de la gran comedia familiar de los últimos años, “Modern family”. Cameron y Mitchell son ahí los personajes más vigilados por su retrato de una pareja homosexual con hijos, pero a esa circunstancia no se le da el tratamiento de “cosa muy especial que merece un episodio para ella sola”.
Es verdad que “Black-ish” parte directamente del comentario sobre el punto en el que la integración racial en Estados Unidos se encuentra ahora, pero al menos en el piloto, buena parte de los chistes entre Dre y sus hijos vienen más por el salto generacional que por la cuestión racial. Ellos no quieren hacer lo mismo que sus padres, sino lo que hacen sus amigos, y no entienden que para su progenitor sea tan importante que no pierdan sus raíces culturales negras. Ese gag sobre la herencia africana (y cómo el padre de Andre le suelta un “los africanos no quieren saber nada de nosotros”) es bien clarificador del punto de vista de la serie, que está dispuesta a sacarle también los colores a su protagonista cuando haga algo absurdo. ¿Puede ABC haber encontrado finalmente a la heredera de “Modern family”, también en audiencias?
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