21 noviembre 2017

El mito de los hombres difíciles


El libro "Difficult men", de Brett Martin (traducido en España como "Hombres fuera de serie") cuenta los entresijos de la creación de algunas de las grandes series de la última década a través de la figura de sus creadores, a los que el título del libro ya identifica directamente como "hombres difíciles". Con la excepción de Vince Gilligan (de quien se dice que la sala de guionistas de "Breaking Bad" era el entorno más agradable de todo Hollywood), Martin cuenta cómo todos esos guionistas tenían unos objetivos muy claros a la hora de poner en pie sus series y no iban a dejar que nadie se interpusiera en sus caminos, y el retrato que se pinta de ellos se resume en una cita del libro: es como dejar que un lunático dirija una división de General Motors.

Esa frase nunca se considera algo despectivo, Se pronuncia con respeto, idealizando la figura del showrunner, la persona que tiene la responsabilidad de sacar adelante la serie no sólo supervisando sus guiones, sino prestando atención al gasto del presupuesto, a la contratación de nuevos guionistas y actores, al montaje de los episodios... Es una gran responsabilidad que conlleva un gran poder, y alrededor de esa manida edad de oro de la ficción televisiva estadounidense se ha idealizado la figura del genio complicado, del hombre que debe pelear contra todo para garantizar la integridad de su visión, del capitán del barco que logra que todo su equipo reme en su misma dirección, el que tiene excentricidades y un humor un poco difícil, pero compensa porque, como ya hemos dicho antes, es un visionario.

Es el mito del hombre difícil, de que sólo se puede crear algo grande si hay tensión y conflicto. De que los genios y los visionarios no pueden ser tipos decentes y amables; sólo los antipáticos pueden conseguir obras maestras. Todas las acusaciones de acoso sexual y conducta inapropiada que están saltando en el último mes en Hollywood han expuesto, aparte del endémico abuso de poder, los pies de barro de ese gigante. Y el ejemplo más claro es el de Matthew Weiner.

El creador de "Mad Men" ya fue endiosado durante la emisión de la serie y mira ahora el mundo desde su posición de "guionista más importante de la televisión actual". Esa reputación se llevó pequeños roces durante su negociación para renovar su contrato con AMC (y, por ende, la propia serie) al acabar la cuarta temporada; la cadena pretendía aumentar los pobres ingresos publicitarios de "Mad Men", pero Weiner se negaba en redondo a alterar cualquier cosa de la serie, excepto su sueldo. Ya entonces se hablaba de su obsesión por controlar hasta el más mínimo detalle de la producción, insistiendo en que su nombre figurara como coautor de todos los guiones e incluyendo en ellos hasta los más mínimos gestos que los actores debían hacer (probablemente, eso impidió que se llevaran más Emmys que el solitario a mejor actor de Jon Hamm por la última temporada). Hasta enviaba cartas a los críticos con los screeners de la nueva temporada dándoles una lista de las cosas que no podían mencionar en sus críticas previas al estreno, que llegó a incluir hasta el año en el que transcurría la temporada.

Todo esto quiere decir que Weiner se ganó fama de "difícil", pero como estaba considerado un genio, prácticamente se consideraba que una y otra cosa eran inseparables y un mal necesario para que "Mad Men" saliera adelante. La acusación de una guionista de la serie, Kater Gordon, de que se comportó de modo inapropiado con ella y la explicación que otra guionista, Marti Noxon, dio después del enrarecido clima de trabajo que Weiner fomentaba entre sus colaboradores son un vistazo a esos pies de barro del culto al hombre difícil porque es un visionario, ¿Merecía la pena que todo el hospital soportara los malos modos de Gregory House sólo porque era capaz de diagnosticar lo que nadie lograba encontrar?

Ése es el dilema al que se enfrenta Hollywood ahora mismo. ¿Hay que dar vía libre a "terroristas emocionales" (como han descrito a Weiner), a hombres que abusan de sus posiciones de poder (como el presentador Charlie Rose), sólo porque se les considera genios sin parangón? ¿Realmente sólo se pueden crear obras maestras siendo un cretino?

05 noviembre 2017

La historia de Eleven


AVISO SPOILERS: Si no has visto el séptimo episodio de la segunda temporada de "Stranger things", "The lost sister", no sigas leyendo.

El peor episodio de "Stranger things". El capítulo en el que todo sale mal. El episodio en el que la serie se pierde. El capítulo que te puedes saltar. O, también, un respiro del pastiche ochentero que la serie debería repetir más a menudo. Ésas son algunas de las opiniones que se han vertido en los últimos días sobre "The lost sister", el antepenúltimo capítulo de la segunda temporada de "Stranger things". Un capítulo que frena en seco la trama principal en Hawkins, con el monstruo del Mundo del Revés a punto de invadir la realidad, para centrarse en la búsqueda de Eleven de su pasado, de su verdadera familia y, al final, de su propia identidad.

No es un bottle episode porque la acción no transcurre en una única localización (aunque sus personajes pasan la mayor parte del tiempo en ese viejo almacén abandonado), sino que es más uno de esos capítulos que, a veces, las series hacen para darle su hora exclusiva a un personaje concreto. Se centran en él o ella para profundizar en su retrato, para que el espectador lo conozca mejor, sobre todo si es un secundario que no ha tenido hasta ese momento oportunidad de brillar. Eleven no es una secundaria al estilo de Barb, de las que se ha mantenido en segundo plano; era una de las revelaciones de la primera temporada, y también uno de sus personajes más misteriosos. Ni siquiera sabíamos su verdadero nombre. Sin embargo, Hopper y Joyce habían averiguado algunas pocas pistas sobre ella mientras indagaban en las actividades clandestinas del laboratorio de Hawkins; sabían que se llamaba Jane, que se la habían arrebatado a su madre al nacer y que ésta había perdido la cabeza al intentar rescatarla.

En el proceso de crecimiento de Eleven no sólo cuenta que Hopper vaya ayudándola a ampliar su vocabulario, o a tener algo parecido a una infancia aproximadamente normal, o a que ella aprenda a controlar sus poderes. En dicho proceso es también importante que sepa cuál es su historia, de dónde viene, para poder aceptarse como es.

Eso es lo que hace "The lost sister". La temporada ya nos presenta en su prólogo a su "hermana", a la chica con la que Eleven entrenaba, lo que nos indica que, en algún momento, volveremos a verla. Y en cuanto la ya casi adolescente se escapa de la cabaña de Hopper, adivinamos dónde va a acabar. Kali es la "veterana" que puede ayudar a Eleven a dominar sus poderes, y también es el paso necesario para ella se dé cuenta de que su familia real son sus amigos de Hawkins y Hopper. En la historia de origen del superhéroe, éste siempre se pregunta cómo puede utilizar mejor sus habilidades y duda de si debería hacerlo, sólo para regresar mucho más convencido de que es lo que tiene que hacer.

¿Cuál es el problema entonces del capítulo? Que Kali y sus compinches son demasiado arquetípicos. Presentan un dilema muy interesante ante Eleven (dejarse consumir por la venganza y emplear sus poderes para el mal, o elegir la vida inesperada que encontró en Hawkins y ser una fuerza para el bien de todos), un dilema que a veces parece muy de los X-Men, pero el empeño en los guiños nostálgicos (a "Los amos de la noche") les resta fuerza. Es la gran paradoja de "Stranger things". Su nostalgia ochentera es lo que le ha ganado muchos fans, pero restringe el potencial de crecimiento de sus personajes. Eleven (¿o deberíamos empezar a llamarla Jane?) necesitaba ese paseo por su pasado para enfrentarse a su presente. La que tiene que empezar a mirar hacia delante es su propia serie.