15 enero 2018
"Star Trek" in name only
A principios de los 2000, cuando se anunció que "Battlestar Galactica" tendría una reimaginación, un remake, un reboot o como queráis llamarlo, los fans de la serie de los 70 se mostraron bastante "preocupados". El movimiento proteccionista extremo del fandom no es una "invención" de 2017, sino que, entre 2001 y 2003, los seguidores de lo que había sido en su momento "Galáctica, estrella de combate" ya se dedicaron a despotricar y quejarse de todos los cambios que se iban anunciando en la vuelta de su serie favorita a televisión. Desde que no estaba implicado uno de sus actores originales, Richard Hatch, que llevaba años intentando poner en pie una continuación, hasta, por supuesto, que Ronald D. Moore y compañía osaran compartir en mujeres a Starbuck y Boomer, con cada alteración se habían más fuertes en internet los gritos de "Galactica in name only", o lo que es lo mismo, que aquella "Battlestar Galactica" sólo conservaba el nombre de la serie que ellos adoraban.
Las reacciones de la parte más recalcitrante del fandom de aquella serie tampoco eran exclusivas de ella. "Star Trek: La nueva generación" se vio acogida inicialmente con bastante hostilidad por parte de unos seguidores que querían que la primera vez en dos décadas que el universo de "Star Trek" regresaba a televisión lo hiciera exactamente como ellos querían, sin desviarse ni un milímetro. ¿Qué era eso de que la Enterprise iba a tener un nuevo capitán? ¿De que no se iban a continuar las aventuras de Kirk y compañía (que habían dado el salto al cine a partir de 1979)? El documental "Chaos on the bridge" resume bastante bien todas las dificultades que tuvieron que superarse para que el capitán Picard pudiera hacerse realidad, y algunas de aquellas reticencias se han trasladado a "Star Trek: Discovery", el regreso de la saga a televisión tras más de diez años fuera de ella.
Les molesta que esté en CBS All Access en lugar de en abierto, que tuviera una pareja homosexual plenamente aceptada (ahí ha surgido otra controversia que no vamos a mencionar porque es spoiler), que no siga a rajatabla el canon de la saga, que sus actores se atrevan a tener opiniones políticas y que la propia serie trace ciertos paralelismos con la actualidad y que, por supuesto, su personaje principal sea una mujer negra, el gran clásico en los temas favoritos de protesta de los fans tóxicos. Sólo falta que algunos de ellos griten que es "Star Trek" sólo en el nombre,
Es muy curioso que todas esas quejas se centren en aspectos que tienen poco que ver con lo que "Star Trek: Discovery" está contando o con el trabajo de desarrollo de sus personajes. Hay aspectos de la serie que no funcionan (los klingon son su eslabón más débil, aunque L'Rell se ha destapado como un personaje que puede deparar cosas interesantes) y otros que sí, pero para los fans más quejicas no importa nada de eso. Como ya hemos comentado muchas otras veces, lo único que les interesa es que la serie se pliegue a lo que ellos quieren, a la idea que se han montado en su cabeza de cómo debe ser lo que se vea en pantalla. Luego vienen los lloros por el capítulo "USS Callister" de "Black Mirror".
"Star Trek: Discovery" es la saga en el siglo XXI (no, "Enterprise" todavía era un poco noventera, aunque se estrenara en 2001). Por mucho que tenga lugar diez años antes de la serie original, no puede quedarse estancada ahí. La ficción (y la ciencia ficción) televisiva ha avanzado mucho y los espectadores han evolucionado, aunque a veces no lo parezca. La serie tiene la difícil tarea de ofrecer algo actual y nuevo mientras no se olvida de los más de 50 años de historia de la saga y, por ahora, está salvando la papeleta de una manera más que digna.
07 enero 2018
De manifiestos y monólogos cómicos
Una de las revelaciones seriéfilas del año pasado fue "Manhunt: Unabomber". Se unieron en ella los factores de que se emitiera en verano, en un canal con pocas producciones de ficción propia como Discovery y con dos protagonistas que no son de las estrellas de Hollywood con mayor tirón (Paul Bettany y Sam Worthington) para que quienes le dieron una oportunidad, un poco a regañadientes, se encontraran con una grata sorpresa y, por lo tanto, decidieran repetirle a todo el que quisiera escucharles que era LA serie que debían ver en 2017. El factor de descubrimiento, de encontrar algo mucho más interesante de lo que esperabas, ha contribuido a elevar el perfil de lo que, en teoría, es la primera temporada de una serie de antología sobre los criminales más buscados en la historia de Estados Unidos. Y que no podía tener mejor centro inicial que Ted Kaczynski.
Un cerebro brillante y, al mismo tiempo, completamente trastornado, alguien capaz de analizar los males de una sociedad entregada a la tecnología y que, al mismo tiempo, decide que sólo puede llamar la atención sobre ellos con la violencia, y alguien que pone tan to cuidado en el lenguaje que utiliza en sus cartas y en su famoso manifiesto, que acaba siendo lo que lleva a su detención. Lo más interesante de "Manhunt: Unabomber" es, precisamente, la importancia que le da al uso del lenguaje, cómo emplear ciertas palabras y giros delata quiénes somos mucho más que nuestro aspecto. Es lo que da cierta personalidad propia al agente del FBI interpretado por Worthington, que cae en el cliché del policía obsesionado por atrapar a un criminal concreto, y lo que da su toque diferenciador a la serie.
También la interpretación de Paul Bettany como Kaczynski es de lo más destacado; se sabe más inteligente que los demás y justo eso es su perdición, su arrogancia intelectual y su incapacidad para procesar frustraciones y desengaños que interpreta como traiciones imperdonables. El sexto episodio, centrado en todo el proceso por el que un joven demasiado brillante acaba convertido en Unabomber, sí es de lo mejor de 2017. Y el look que le da Greg Yaitanes, veterano director televisivo, también.
El lenguaje y la inteligencia son también importantes en "The marvelous Mrs. Maisel", pero de otra manera. Creada por Amy Sherman-Palladino y Daniel Palladino, despliega la misma querencia por los diálogos rápidos y las referencias pop que sus anteriores creaciones, "Las chicas Gilmore" y "Bunheads", pero las trasladan al Nueva York de finales de los 50 y, en concreto, a la escena de la stand-up comedy de Greenwich Village. En aquella época surgieron muchos de los humoristas más influyentes de la televisión y el cine estadounidenses, incluidas dos pioneras como Phyllis Diller y Joan Rivers, y en medio de la efervescencia folk, de la contracultura y del caldo de cultivo de las rebeliones de los 60, aparece una buena esposa y madre judía del Upper West Side que descubre que tiene un don para hacer reír.
Midge Maisel y su intérprete, una sensacional Rachel Brosnahan, son lo más interesante de la comedia, que se estrenó en Amazon hace unas semanas. Midge tiene la vida que soñaba desde que era niña, con un buen marido, dos hijos y un apartamento un par de plantas por encima del de sus padres. Tiene la vida que vendían los anuncios que ideaba Don Draper y está encantada con ella. Hasta que su marido la abandona y, por accidente, descubre que la que está dotada para los monólogos de humor es ella, y no su mediocre esposo, que soñaba con ser el nuevo Bob Newhart de un modo quizás demasiado literal. A partir de ahí, Midge va reconstruyendo su vida resistiendo a las presiones de su madre (un clásico en las series de Sherman-Palladino) y dándose cuenta de que sacar bromas de su propia vida y contarlas delante de un público puede ser un camino vital, y profesional, que le permita realizarse.
"The marvelous Mrs. Maisel" está poblada por personajes siempre en el límite de lo irritante y anclada por una Brosnahan que encuentra la humanidad, la diversión y la capacidad de resistencia en Midge, y la convierte en uno de los personajes femeninos de los últimos meses. La serie puede no salir del cliché en el retrato de la familia de ella, pero ver a Mrs. Maisel justifica la existencia de estos ocho capítulos. Y de la segunda temporada ya confirmada por Amazon.
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