05 junio 2014

En defensa de Piper Chapman

El viernes, Netflix cuelga la segunda temporada completa de “Orange is the new black”, y teniendo en cuenta su rápida ascensión al Olimpo de las series más comentadas y analizadas desde el pasado verano, no es de extrañar que se lleven sucediendo los artículos más diversos sobre ella desde hace unas semanas, cuando los críticos tuvieron la oportunidad de ver los capítulos iniciales de la nueva entrega. Hay curiosidad por ver si estará a la altura de las expectativas que la propia serie creó con su primera temporada, toda una revelación de drama, humor, giros inesperados y una variedad de personajes femeninos que deja a las series de Shonda Rhimes y su alabada diversidad casi a la altura del betún, y que así logre evitar “el mal del segundo disco”, pero también han ido surgiendo otras historias bastante curiosas, que hablan principalmente sobre cómo la coralidad de “OITNB” es su principal punto fuerte y cómo casi estaría mejor sin Piper Chapman, su principal protagonista.

Realmente, Piper es la excusa que Jenji Kohan, su responsable, utiliza para contar las historias de mujeres de grupos raciales, ideologías políticas y orientaciones sexuales que, de otro modo, no tendrían tan fácil verse en televisión. En más de una entrevista, Kohan ha apuntado que Chapman es el “caballo de Troya” que utilizó para vender la serie; tal y como funciona Hollywood, resultaba más sencillo “colar” el concepto de “OITNB” si su protagonista era una chica blanca y rubia, de clase media alta, universitaria y que vive en Brooklyn, que si fuera Gloria, la latina, cuyo idioma materno es el español, con cuatro hijos y proveniente de un barrio mucho menos hipster y de moda. El golpe maestro de la serie es exactamente ése, que Piper no oculte al resto de reclusas y que impulse que se cuenten las historias de esas otras mujeres, pero eso no es óbice para que decidamos que sería beneficioso que “OITNB” continuara sin ella.

La serie sí puede aguantar tantas temporadas como “Urgencias” utilizando su mismo truco, la renovación periódica de su reparto, porque la cárcel ofrece una excusa muy plausible para que los personajes dejen de aparecer, y es cierto que el conjunto de actrices, principalmente, es lo suficientemente potente para que algunos de ellas desaparezcan durante periodos de tiempo y no notemos su ausencia (sí, aunque ese personaje sea la carismática Alex Vause), pero Piper Chapman es algo más que un mero caballo de Troya o un macguffin. Su evolución de chica “buena” y aterrorizada a alguien más complejo, que no tiene tan claro quién es y que se adapta a utilizar las “armas” a su disposición para conseguir sus propósitos, resulta muy interesante y, aunque puede llamar menos la atención que la historia del cambio de sexo de Sophia, o que la relación de Red con la mafia rusa, muestra igualmente a alguien con sus luces y sombras, que puede tener buenas intenciones, pero que puede hacer cosas terribles motivadas por ellas.
                                                                                                                                                         
Ya comentamos al final de la primera temporada que Chapman está en la línea de esos personajes femeninos que, al menos en teoría, son el centro de sus series y que renuncian a ser simplemente simpáticos, o adorables, o de una pieza, o que buscan el cariño y la aprobación del público. Al igual que Hannah Horvath, Nancy Botwin o Jackie Peyton, de Piper vemos sus buenos momentos y los malos, sus defectos y virtudes, vemos una persona, más que un personaje bidimensional en una pantalla. Eso es siempre mucho más atractivo.

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