05 febrero 2017

En defensa de "Girls"

"Creo que puedo ser la voz de mi generación. O, al menos, la voz de una generación". Ese chiste casi al final del primer episodio de "Girls" ha terminado definiendo el 85% de las críticas que se le han hecho a la serie creada por Lena Dunham, que la semana que viene arranca su sexta y última temporada en HBO. Las más feroces se tomaban esa afirmación en serio, como si no se hubieran dado cuenta del tipo de serie que estaban viendo, y confundían al personaje con la actriz que lo interpretaba (y la guionista y directora que lo había puesto en pie). Cualquier ataque contra "Girls" pasó a ser directamente contra la propia Dunham; que si nepotismo, que si está obsesionada con salir desnuda, que si no hay diversidad racial (una crítica que Dunham sí ha reconocido que es acertada), que si sus personajes son una panda de malcriados, egocéntricos...

Posiblemente ya hemos comentado otras veces que, precisamente, la gracia de "Girls" está en que sí, sus personajes son unos malcriados egocéntricos, y la serie lo sabe y no les pasa ni una. Nos enseña todas las meteduras de pata de Hannah, todos los castillos en el aire de Marnie, todas las dudas de Shoshanna y todos los problemas de Jessa para que veamos que las cuatro son más que meros arquetipos, que no son como las chicas veinteañeras que suelen protagonizar series de televisión. No son agradables, ni adorables, ni la mejor amiga sarcástica o la protagonista fuerte; son cuatro veinteañeras de la generación millennial, de la que creía que sólo tenían que ir a la universidad para tener la vida solucionada y se considera lo más especial del mundo. La mayor revelación de "Girls" la tuvo la propia Hannah en la segunda temporada, en aquel capítulo en el que pasaba un fin de semana en casa de un médico divorciado con la pinta de Patrick Wilson: ella no es especial, sino que quiere lo mismo que quiere todo el mundo.

El camino a la realización de las cuatro de que no son faros únicos de luz en el mundo, que hay vida más allá de sus propias necesidades (si supieran cuáles son), es lo que ha estado contando "Girls" en estas seis temporadas. Ha tenido sus altibajos y sus equivocaciones, pero la lucidez del retrato de sus protagonistas tiene pocos iguales en la televisión actual. The New York Times dedicaba un reportaje a las seis maneras en la que "Girls" había cambiado la ficción estadounidense, y quizás las más interesantes sean la falta de miedo a tener protagonistas femeninas imperfectas y la aparición de muchas más comedias de corte indie y con una voz muy personal detrás. "Broad City", "Insecure", "Master of none" o "Search Party" le deben todas parte de la razón de su existencia al camino que abrió Lena Dunham, y ese camino, además, ha estado lleno de grandes momentos.

Porque "Girls" no es sólo "One man's trash" o "The panic in Central Park", el mejor episodio de la quinta temporada. También es una colección de situaciones humorísticas realmente divertidas, pero no del modo tradicional de una comedia televisiva. Está la crisis de Shoshanna al darse cuenta de que ha tomado crack en una fiesta, la versión a lo lounge music de Kanye West de Marnie, el retiro femenino para divorciadas al que va la madre de Hannah o ese chiste inicial, ese "soy la voz de mi generación" que Hannah les dice a sus padres colocada, pretendiendo que lean su "novela" allí mismo y como excusa para que no dejen de pasarle dinero. Probablemente, la última temporada no va a otorgar redenciones a las chicas ni va a convertir a Hannah en una protagonista más fácil de "querer". Pero seguro que va a ser interesante de ver.

Música de la semana: "Girls" es, también, una de las series que mejor rueda escenas en discotecas y fiestas. En la quinta temporada, con la estancia de Shoshanna en Japón, nos enseña un concierto de FLiP, una banda femenina japonesa que empezó en el punk y luego ha evolucionado hacia algo más pop. "Girl", la canción que abre y cierra ese episodio, es de ese último disco.

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