26 noviembre 2014

Toda una vida

Doce años para rodar una película. Richard Linklater ha superado con “Boyhood” todos los récords de lentitud establecidos por Terrence Malick y Warren Beatty (que llevaba cuatro décadas gestando el biopic de Howard Hughes que terminó finalmente este año), pero también hay que señalar que Linklater tenía una idea mucho más clara de por qué necesitaba doce años para producir el filme. El director estableció con la trilogía de “Antes del amanecer” un modo de rodar muy colaborativo entre él y sus actores (en aquel caso, Ethan Hawke y Julie Delpy), en el que los tres iban escribiendo el guión sobre la marcha, según se enfrentaban a las diferentes escenas. Linklater sabía cómo quería empezar la historia, cómo terminarla y qué cosas importantes tenían que pasar en medio, pero el camino para llegar a esos puntos podía variar, y ese esquema se ha trasladado a “Boyhood”, cuyo argumento ya marcaba el modo en el que debía rodarse.

Lo que la película nos muestra es la infancia, adolescencia y primeros pasos hacia la edad adulta de Mason, un chaval normal y corriente de Texas que vive con su hermana mayor y su madre, divorciada de su padre, y al que seguimos desde que tiene siete años hasta que se va a la universidad. El original método de rodaje, por el que el equipo y los actores se encontraba todos los años, y grababa durante tres o cuatro días para dejarlo hasta el año siguiente, permite que veamos crecer a Mason ante nuestros ojos. Va pasando de ser un niño corriente, a un adolescente que empieza a salir con chicas y a beber, y asistimos a diferentes momentos de su vida. Aunque algunos son realmente decisivos (su madre no tiene demasiada suerte con los hombres, por ejemplo), ninguno se presenta de un modo melodramático, o con música épica. Es una etapa más de su vida, y nada más.

“Boyhood” despertó grandes elogios en el festival de Sundance y la bola de nieve a su alrededor se hizo enorme tras su paso por Berlín y su estreno comercial en verano. En Estados Unidos, fue una de las cintas que mejor funcionó en taquilla en esas fechas (teniendo en cuenta su presupuesto y el número de cines en los que estaba), convirtiéndose en una pequeña revelación de una época en la que los majors no tuvieron, en general, demasiada suerte, obviando “Guardianes de la galaxia”, y era inevitable que no entrara en las conversaciones para esa temporada de premios que puede decirse que ha caído ya sobre nosotros (ya se saben las nominaciones de los Independent Spirit, por ejemplo). Sus opciones para los Oscar no parecen demasiado elevadas porque es una película muy indie, pequeña, muy naturalista, consistente en ver crecer a un chico y poco más, sin los momentos épicos, como si dijéramos, que ayudan a colocar mejor estas películas en la carrera.

Pero el hype crítico no debería alejarnos de “Boyhood”, porque la verdad es que merece la pena. Son casi tres horas de filme que no se hacen aburridas, en las que seguir a Mason es interesante y entretenido incluso aunque no haga nada especialmente destacable. Ethan Hawke está muy bien como ese padre enrollado que va perdiendo el mojo conforme se hace mayor, y Patricia Arquette está sensacional como la madre, una mujer que comete errores (unos cuantos) en su intento no sólo por mejorar su vida, sino por dejar a sus hijos lo mejor preparados posibles para la vida adulta, y desarrolla una gran dinámica con Ellar Coltrane, el descubrimiento de la cinta, que mantiene siempre el retrato natural y empático de Mason.

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