16 septiembre 2016

Las cuentas de Netflix


En los últimos seis años, Netflix ha estado en fase de expansión. Su catálogo tenía que tener más series, documentales y películas de producción propia, tenía que llegar a más países en el mundo, sus suscriptores no podían dejar de crecer año a año. En Estados Unidos, el rival a batir para ellos era HBO, y en el resto del mundo, simplemente querían estar en la mayor cantidad de territorios posibles, demostrar que son una marca con alcance realmente global. La entrada en la producción de series, en 2012, fue el momento en el que esta estrategia se vio fortalecida por una importante inyección de dinero. Para ganar millones de dólares hay que gastarse millones de dólares, así que Netflix no escatimó en gastos para hacerse con "House of cards", o para rodar "Marco Polo", o para aliarse con Marvel para extender los tentáculos superheroicos de la Casa de las Ideas (y de Disney).

En la última gira de la TCA, Ted Sarandos,  jefe de contenido de Netflix, aseguraba que la compañía iba a gastarse este año 6.000 millones de dólares en la producción de contenido original, y aunque en el segundo cuatrimestre no habían crecido las suscripciones al ritmo que les gustaría, no estaban preocupados. El empujón que estaban dando a sus programas infantiles y para toda la familia y a su división de cine les permitía ser optimistas. Además, en su esfuerzo por engordar cada vez más su catálogo, rara es la serie de Netflix que no dura, por lo menos, cinco temporadas. Le pasó a "Hemlock Grove" y a "Lillyhammer", canceladas en la tercera entrega, pero son excepciones.

Ayer, sin embargo, saltaba la noticia de que uno de los proyectos de perfil más alto de la plataforma, "Bloodline", iba a seguir ese camino y a terminar en la tercera temporada, que se verá el año que viene. La decisión sorprendía porque era un drama que había conseguido un par de nominaciones al Emmy, tenía un reparto de gran nivel y estaba creado por las mismas mentes detrás de "Damages", pero, aunque hay gente a la que le gusta mucho, en realidad nunca ha generado el mismo buzz que títulos como "Narcos", por ejemplo. Haced la prueba con vuestros amigos que ven series casi sólo en Netflix: mencionarán "House of cards", "Daredevil", la inevitable "Stranger things" y a lo mejor hasta nos sorprenden con "Madres forzosas", pero muy pocos dirán "Bloodline".

Netflix presume de las millonadas que se gasta en producciones propias, pero luego no sabemos la audiencia que tienen sus series entre sus suscriptores, por ejemplo, lo que ayudaría a saber si la cancelación del drama familiar de los Rayburn responde a razones creativas o empresariales. Vulture, por ejemplo, apuntaba que el modus operandi de Netflix a la hora de desarrollar sus series las encarecía enormemente, porque le compra al estudio los derechos de distribución internacional y todos los que se les ocurra para que el título sea de su propiedad. Así, un episodio de "Bloodline" podía irse, a lo mejor, a ocho millones de dólares de license fee, una cantidad bastante mayor de lo que se paga en las networks, por ejemplo. Para los estudios, hacer negocios con Netflix es estupendo porque pagan mucho y te garantizan que tu serie va a aguantar unos cuantos años, pero la compañía está empezando a mirar más dónde se gastan esos millones.

O esa es la lectura que se está sacando del final de "Bloodline", una lectura que no podrá comprobarse a no ser que Netflix repita esta jugada con alguna otra serie, tipo "Marco Polo". O "The get down".

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