ALERTA SPOILERS: Seguramente, todos habréis visto ya el final de la segunda temporada de "Fargo", pero por si acaso, es mejor avisar.
Cuando arrancó en FX la segunda temporada de "Fargo", su responsable, Noah Hawley, explicó que quería ir más allá de la mera historia de delincuentes con pocas luces y violencia desatada de su primera entrega. Aspiraba a mostrar el retrato de todo un país, de unos Estados Unidos que, en 1979, aún estaban asumiendo el Watergate y el desastre de su intervención en Vietnam, y en los que un ex actor como Ronald Reagan podía hacer campaña para ser presidente prometiendo que les devolvería la confianza y el lustre perdido. La guerra entre los Gerhardt y Kansas City se imbuye de toda esa atmósfera impredecible, de esa sensación de que quienes la dirigen tienen poco aprecio por la integridad física, y la vida, de otras personas si eso les permite conseguir sus objetivos.
Mucho se ha comentado esa peculiar escena de la matanza del motel de Sioux Falls, con ese OVNI que parece un crossover con "Encuentros en la tercera fase" (estrenada justo en 1979), y que para algunos espectadores ha sido casi un salto del tiburón. La obsesión por los extraterrestres contribuye a la construcción de esa atmósfera que hemos comentado antes, es otro detalle más de una época en la que, como el propio Lou Solverson reconoce, los hombres que volvían de Vietnam traían la guerra de vuelta a casa con ellos. A la deriva, sin saber muy bien qué hacer con sus vidas ni qué referentes utilizar para guiarse en su regreso a la normalidad, podían muy bien acabar como músculo en una organización mafiosa, como pistoleros cuyo único objetivo es matar a quienes les ordenen sus jefes.
De "Fargo" se puede hablar sobre su alta violencia, sobre sus personajes peculiares (Nick Offerman, por ejemplo, parecía estar en la misma línea de John Goodman en "El gran Lebowski") o sobre el gran descubrimiento que ha sido Peggy Blumquist ("no es más que un platillo volante"), pero al final, lo más interesante es ese intento de Hawley de radiografiar la psique, el estado anímico de todo un país en un momento muy determinado a través de una curiosa mezcla entre Tarantino, los Coen, "Expediente X" y hasta "Justified". La llegada de Reagan en su autobús de campaña, diciendo exactamente lo que los americanos medios quieren oír, empieza a poner también las primeras piedras del cambio de época que vemos en el último episodio.
Al final, nadie gana en "Fargo". Mike Milligan se eriga como el vencedor nominal de la guerra contra los Gerhardt, recogiendo los frutos de la carnicería sembrada por Hanzee, pero eso no le sirve para ser el gran jefe que piensa. Le sirve para entrar en la rueda de la América corporativa, como dicen allí, de los yuppies, de la obsesión por los beneficios y Wall Street tan arquetípica de los 80. Le sirve para ser como Melanie Griffith al final de "Armas de mujer", cuya recompensa es tener un mini-despacho exactamente igual que los otros mini-despachos del edificio de oficinas donde trabaja, pero para poco más. Milligan cree ser Avon Barksdale, pero en realidad quienes dirigen su mundo son los Stringer Bell.
Y luego están los Solverson, las personas corrientes que intentan encontrar una explicación, un sentido, a toda la locura que les rodea. Son como Tommy Lee Jones en "No es país para viejos".
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