ALERTA SPOILERS: Si habéis visto ya el final de la segunda temporada de "The Leftovers", podéis seguir leyendo. Si no... Ya sabéis.
Cuando "The Leftovers" presentó el pueblo de Jarden, ese lugar milagroso en el que nadie había desaparecido el 14 de octubre, lo hizo como una segunda oportunidad para Kevin Garvey y los suyos, pero también daba a entender que había algo que no terminaba de encajar en el pueblo. La mercantilización del supuesto carácter milagroso del lugar, la obsesión de los forasteros por llevarse el agua o por entrar a toda costa en un área que parecía más una versión Disney y glorificada de las comunidades residenciales fortificadas de algunos países sudamericanos, el empeño de John Murphy por atacar a todo aquél que insinuara que en Jarden había algún tipo de poder especial... Todos esos rasgos individuales pintaban un panorama menos idílico de lo que indicaba su fachada, un panorama que quería vivir aislado del sufrimiento del resto del mundo.
Meg puede estar un poco trastornada, por decirlo suavemente, pero es comprensible que quiera manchar esa sacralidad de Jarden. Entra dentro de su afán casi revanchista contra todo el mundo y, al mismo tiempo, pone de manifiesto la ligera superioridad moral que parece desprenderse de las normas para entrar en el pueblo, del hecho de que se le rodeara de un parque nacional, de esa canción de iglesia que incluye el verso "somos los 9.261, fuimos perdonados". Jarden vive en su propia burbuja y se cree mejor que los demás. Y eso es algo que Meg no puede soportar. Para eso justo están los Guilty Remnant. ¿Cómo puede haber alguien que se crea superior moralmente a ellos?
Al mismo tiempo, la secta realmente atrae a personas que saben que algo está mal, que sienten tanta frustración acumulada en su interior por eso mismo, que los Remnant les ofrecen una especie de escape. Evie y sus amigas parecen estar en esa situación. Cuando ella le escribe a su madre que entiende perfectamente por qué ha hecho eso, está apuntando a esa rabia acumulada, a esa sensación de tener que salir de allí como sea que llevó a Erika casi a dejar a su marido el 14 de octubre. La arrogancia intelectual de los Murphy también les condena. John no cree que el pueblo sea especial, pero está tan seguro de que su posición es la correcta, que no se permite pensar que no lo tenga todo bajo control, que Evie o Erika (o Michael, con sus visitas clandestinas a su abuelo) hagan algo que no encaje con la idea que él tiene de ellos.
De la segunda temporada de "The Leftovers" se puede hablar mucho, pero de su final, merece la pena quedarse también con el viaje de Kevin. El personaje de Justin Theroux parece seguir el mismo camino que anhelan los esclavos hebreos de "Va, pensiero", el coro de "Nabucco" que sonaba insistentemente en "International assassin". Si ellos desean volver a su patria, a Israel, de su exilio en Egipto, él quiere regresar no sólo a la vida, sino a su familia. Quiere redimirse de su pecados pasados, quiere de verdad que funcione su relación con Nora. Su reunión con todos ellos, Tommy y Laurie incluidos, es una nota feliz en una serie que ha ofrecido rayitos de luz en medio de la desesperanza causada por la Partida. Si HBO no renueva "The Leftovers" y esto se acaba aquí, será un bonito final.
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