"Jessica Jones", la segunda serie de Marvel en Netflix, tiene varios aspectos que la diferencian de otras adaptaciones comiqueras a la televisión y el cine, y que van más allá de que su protagonista central sea una mujer. Ni siquiera es demasiado original el tono noir de la historia (Batman ha tenido varios cómics en esa línea, por ejemplo, aunque sus traslados a la pantalla no hayan ido por ahí); Jessica encaja a la perfección en el arquetipo del detective privado con un pasado difícil (y traumático, en su caso), que se jacta de preocuparse sólo por cobrar por sus casos para poder beber por la noche (aunque luego no pueda evitar ayudar a personas en problemas), que adopta una visión cínica y desconectada del mundo y que tiene sus propios patrones de conducta que sabe que son perjudiciales, pero que no consigue evitar.
Desde que se publicó 'Alias', en 2001, ha habido en televisión unas cuantas variaciones de ese arquetipo que hizo famoso a Humphrey Bogart, hasta aplicándose a las series de instituto en "Verónica Mars", pero que la detective sea una persona que tiene superpoderes, y que no quiere utilizarlos a no ser que sea necesario, es un giro interesante. Jessica y sus demonios personales ya es un centro más que interesante para articular una serie a su alrededor, pero donde su historia se diferencia de todo lo que Marvel ha hecho hasta ahora en cine y televisión es en su villano. Kilgrave (o el Hombre Púrpura, como se le conoce en los cómics) es el malo más perturbador, malsano y peligroso al que los Vengadores, por ejemplo, se han enfrentado nunca. Y lo es porque va directo a por nuestros miedos de perder el control sobre nosotros mismos, de encontrarnos sometidos a la voluntad total de otra persona, de perder nuestra identidad y nuestra autonomía.
"Jessica Jones" va desvelando poco a poco el pasado que une a su protagonista con Kilgrave, y también se toma su tiempo revelando hasta dónde llegan los poderes y la sociopatía del villano. Al contrario que en "Daredevil", el enemigo de Jessica no quiere controlar la ciudad, sino dominarla a ella. Es personal. Y ella tiene que volver a ser lo que más teme para poder vencerlo: una heroína. Como toda detective que se precie, Jessica no es, en el fondo, tan cínica ni tan fría como aparenta. Sí, es una tipa dura y sarcástica, pero no se ha desconectado del todo del resto de la humanidad. Su estudio es lo que articula esta primera temporada de "Jessica Jones", el estudio de cómo intenta lidiar con su estrés postraumático y cómo se ve obligada a plantar cara a Kilgrave y a intentar detenerlo, por mucho que su primer impulso fuera marcharse lo más lejos posible de Nueva York.
Es más un thriller psicológico que otra cosa, un thriller cuya paleta de color está dominada por el morado, para resaltar la constante sombra de Kilgrave sobre todo lo que hace Jessica, y que ha conseguido construir a una protagonista muy entretenida de ver. Krysten Ritter consigue encarnar tanto el sarcasmo y el humor de los detectives privados clásicos, como el lado vulnerable de Jessica y su resolución de detener a Kilgrave. Los cuatro primeros episodios presentan una serie con una temática de fondo bastante oscura, sí, pero que también apunta a que puede ser una vuelta de tuerca distinta a las historias de superhéroes. Ah, y es curioso que en "Jessica Jones" también se hagan referencias veladas al final de "Los Vengadores" y aquella batalla que destruyó Nueva York. Como ocurre con "Daredevil", ésa es su conexión con el Universo Cinematográfico de Marvel.
Música de la semana: "The Blacklist" ha llegado ya a su final de media temporada, del que ya hablaremos un poco más adelante. Mientras tanto, podemos quedarnos con una de sus selecciones musicales, que suelen ser bastante acertadas; "Blame it on me", del cantante británico George Ezra.
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