Hace algún tiempo, Beyoncé y Jay Z coincidieron con Barack y Michelle Obama en un acto del que no recuerdo a beneficio de qué era. Pero la reunión entre ambas parejas, aunque fuera breve, generó un enorme revuelo entre los medios estadounidenses, que llevan años bromeando con que el rapero y la cantante son más la Primera Familia del país que los Obama. Uno de los periodistas que cubrían el acto le preguntó al presidente Estados Unidos, en referencia a Michelle Obama, qué tal era eso de estar con la mujer más poderosa de la nación, y Obama respondió que no lo sabía, que le preguntaran a Jay Z. Si le hubieran hecho esa pregunta este año, probablemente habría contestado que buscaran al novio de Shonda Rhimes, porque esta mujer se ha convertido en una de las productoras más poderosas de la televisión casi sin que nos diéramos cuenta.
2014 puede llevar, en la televisión norteamericana, el subtítulo de “el año de Shondaland” sin ningún problema, porque entre la dominación en audiencias de sus tres series en los jueves de la ABC y el discurso que dio aceptando un premio otorgado por The Hollywood Reporter (que le dedicó una de sus portadas en octubre), la guionista y productora se ha llevado más elogios que nadie en un año en el que la prensa estadounidense ha debatido hasta la saciedad la necesidad de una mayor diversidad racial en la televisión. Los repartos de las series de Rhimes, empezando por el de “Anatomía de Grey”, no suelen prestar demasiada atención al color de la piel de sus personajes, mezclando sin problemas a blancos, negros, asiáticos y latinos y tratándolos a todos por igual, y el hecho de que haya colocado a dos mujeres negras al frente de dos de sus títulos aún ha sido más comentado en un país en el que ha habido dos temas que han dominado las conversaciones mediáticas en los últimos meses; la situación de las mujeres en la sociedad estadounidense y la violencia policial contra jóvenes hombres negros.
El discurso de género y el racial se unen en Shonda Rhimes, que es una excepción en Hollywood por ser mujer y por ser negra. Sus series pueden parecernos mejores o peores (yo nunca he sido especialmente fan), pero lo que está claro es que tienen algo que conquista eso que los americanos llaman el zeitgeist (aunque sea una palabra alemana), la conversación cultural del momento. Las webs de televisión llevaban dos años totalmente obsesionadas con “Scandal” y, esta temporada, la han sustituido por una fascinación incondicional por “How to get away with murder”. En esa serie confluyen multitud de las narrativas que dominan el discurso crítico televisivo reciente en Estados Unidos: el paso de una actriz consolidada en cine, y ya por encima de los 40, a la tele; la diversidad racial del reparto; la representación sin tapujos (sexuales, sobre todo) de una relación homosexual y la capacidad de la serie para convertirse en el tema favorito de discusión por Twitter a la mañana siguiente.
Poco importa que las series sean buenas o no; capturan la atención de los espectadores de un modo que otras no consiguen, y su calidad de fenómenos culturales las impulsa también hacia nominaciones a los Emmy y los Globos de Oro. Sólo por levantar ella sola la noche de los jueves de la ABC, Shonda Rhimes ya merece que se hable de ella en cualquier recapitulación de lo que ha sido 2014, pero además lo merece porque los títulos que ella produce son entretenimiento masivo, para todos los públicos. Sus pretensiones no son diseccionar los fantasmas de la sociedad estadounidense, o hacer una metáfora filosófica de ella; sólo busca no aburrir, y es realmente curioso lo que ha conseguido con ello.
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