Este tramo final de 2014 ha visto cómo dos series que los críticos utilizaban básicamente como sacos de boxeo, como práctica para buscar las quejas más imaginativas sobre su marcha, se han revitalizado a los ojos de esos críticos. Una es “Homeland”, de la que ya hablaremos más adelante, y la otra es “The Walking Dead”, que ha llegado a su final de media temporada no sólo manteniendo su dominio en las audiencias, sino tras haber dado la vuelta a las opiniones más generalizadas sobre ella. O, como mínimo, habiéndose ganado cierto respeto entre la crítica por haberse animado a intentar algunas cosas un poco diferentes en el aspecto formal. En una serie en la que la historia siempre va a ser la misma (el grupo de Rick tiene que huir de una horda de zombies, o tiene que enfrentarse a un malvado conjunto de supervivientes), que se cambie el modo en el que se cuenta esa historia puede ser interesante.
La llegada de Scott M. Gimple como nuevo showrunner en la cuarta temporada tiene parte de la culpa de que a “The Walking Dead” se la mire con unos ojos más benévolos. En cuanto tomó las riendas de la serie, su principal preocupación fue centrar la acción en los personajes, cuyo retrato ha sido siempre el punto débil, y ha ido rehabilitando a unos cuantos que, hasta ese momento, habían pintado bastante poco. Carol puede ser el ejemplo más claro, pero no es la única. Beth se ha visto bastante beneficiada de su estancia en ese inquietante hospital de Atlanta, aunque no haya podido sobrevivir a ella. Puede no haber sido una transformación tan espectacular como la de Carol, pero la serie sí se ha preocupado por darle algo más de identidad, por construirla un poco más como alguien cuya muerte tenga cierto impacto en el espectador, aunque sea mínimo, en lugar de sólo indiferencia.
Parte de ese trabajo de construcción (o reconstrucción) de los personajes se ha hecho limitando las tramas que se contaban en cada episodio. En esta primera mitad de la quinta temporada, “The Walking Dead” no ha pretendido seguir a todos los subgrupos en los que se han dividido sus protagonistas en cada episodio, optando en su lugar por mostrarnos lo que hace sólo uno de ellos. Es una táctica que ya utilizaron la temporada pasada, durante la huida de la cárcel, y también para enseñarnos algo más del Gobernador antes de su último enfrentamiento con Rick, y ha servido para entregar ocho capítulos en los que, en general, el ritmo de la acción se ha ralentizado y se ha dejado “respirar” un poco más a los personajes. Realmente, Dawn y el resto de policías del hospital, con sus actitudes caciquiles, han sido menos interesantes de lo que parecía, pero la vuelta del grupo de Rick a Atlanta ha dado un nuevo vigor a la serie.
Se nota que no quieren estancarse, y no sólo en lo que respecta a los ataques zombies y a las diferentes maneras de matarlos, como reconocía el propio Gimple en Vulture. Esas pequeñas digresiones formales, con tramas que se detienen para que veamos la de otro personaje y se retoman cuando todos están en el mismo punto, ha sido uno de los aspectos más interesantes de esta primera mitad de la temporada. Ahora, el grupo está reunido de nuevo, con nuevos integrantes y una ausencia que se notará, seguramente, durante algún que otro episodio, y veremos si buscan otro refugio, como aquella iglesia, o si se mantienen siempre en movimiento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario