De vez en cuando, y desde hace unos tres o cuatro años, hay siempre una serie que pone de acuerdo a los críticos para practicar ese poco edificante "deporte" del hate-watching, ver algo sólo para ponerlo a parir, reírse de él y decidir que es la única reacción posible ante tamaño desastre es imitar a Phoebe en cierto capítulo de "Friends". "Smash", "The Killing" y "The Newsroom" fueron un poco las que "legitimaron" está práctica a ojos de los analistas expertos en televisión, y la alegría con la que algunos se entregan a ella a veces da un poco de vergüenza ajena. La última serie en caer presa de las redes de los hate-watchers es "True Detective", cuya segunda temporada tenía un reto mayúsculo por delante; estar a la altura de las hipérboles dedicadas a sus primeros capítulos contando otra historia diferente, con otros actores y hasta con directores distintos.
La serie de HBO representa a la perfección las características de la crítica moderna de televisión, la que se hace con un ojo puesto en las redes sociales y en la capacidad para convertirse en viral. Si la primera temporada recibió unas críticas tan buenas, que se infló el hype alrededor de ella, con endiosamiento incluido de su creador, Nic Pizzolato, y críticas que casi le adjudicaban haber inventado el plano secuencia, casi en cuanto terminó empezó a sufrir la reacción contraria del backlash, de los espectadores que llegaban tarde a ella y nos les parecía para tanto. La larga espera hasta su segunda temporada no hizo más que macerar las expectativas, tanto positivas como negativas, y al final acabó encuadrada justo en el otro extremo del espectro; de una de las mejores series de la historia, se pasó a una de las mayores tomaduras de pelo de la historia.
Como de costumbre, la cosa no es tan maniquea ni tan en blanco y negro. En ¡Vaya Tele! apuntaban, con razón, que la segunda temporada de "True Detective" parece haber sido víctima de las prisas por capitalizar el sorprendente éxito de la primera, dando luz verde a un guión que no estaba aún listo para ser rodado. También es muy posible que HBO no haya trabajado con otro showrunner tan peculiar como Pizzolato desde David Milch, y que bastantes críticos estuvieran esperando el más mínimo fallo para saltarle a la yugular. Sólo así se entiende que algunos de los ataques más furibundos fueran contra los títulos de crédito o las tomas aéreas de autopistas cada vez que los personajes se desplazaban de un lugar a otro.
La primera temporada también tenía muchas ínfulas y algunos diálogos demasiado literarios y grandilocuentes, pero todas sus piezas encajaban. La gran personalidad que le daba la dirección de Cary Joji Fukunaga, y la atmósfera gótica y malsana, ayudaban a construir un mundo que resultaba interesante de desenredar. La segunda entrega, por su parte, ha tenido sus momentos (como el tiroteo del cuarto episodio o esa fiesta a lo "Eyes Wide Shut"), pero se le han notado más las costuras. Frank Semyon, el personaje de Vince Vaughn, no empieza a cobrar cierta chispa hasta el final, y los tres detectives protagonistas nunca acaban de cuajar del todo entre ellos. Las piezas están ahí, pero han funcionado en conjunto en contadas ocasiones. La trama era muy clásica del género negro californiano (hasta con lo que parecía una vuelta de tuerca al muerto sin asesino de "El sueño eterno"), pero faltaba algo.
Y es lo peor que podía pasarle a la serie. La crítica cultural parece moverse ahora en oleadas, por modas. A principios del año pasado, había que subirse al carro de que "True Detective" era una obra maestra si querías ser tenido en cuenta; estas últimas semanas, lo cool era decir que su segunda temporada era completa basura, casi el equivalente seriéfilo a la última película de "Los 4 Fantásticos". Presentarse ante un público así sin estar del todo formada, y con alguien con un ego saneado al nivel Weiner como Pizzolato, era una receta para el desastre.
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